Desde 1997, una organización sin ánimo de lucro de Dallas se ha dedicado a cuidar la fragilidad de los sobrevivientes de tortura con la misión de curarlos mediante orientación y terapias.
Su nombre va al grano y lo dice todo: Centro para Sobrevivientes de la Tortura.
"Siempre hay otro sobreviviente de la tortura, otro juez de inmigración, otra llamada por teléfono. Siempre hay alguien que necesita ayuda", explica Celia VanDeGraff, directora ejecutiva del lugar.
El año pasado el centro ayudó a casi 600 personas de 71 países.
Ahora esperan más víctimas, especialmente de la República Democrática del Congo, donde la Alta Comisión de Refugiados de las Naciones Unidas estima que existen alrededor de 3 millones de refugiados o personas desplazadas.
Todos los días llega alguien al edificio de ladrillo café en Old East Dallas, donde afuera se oye el murmullo de las palomas y el ir y venir de los autobuses del transporte público.
Del Congo llegaron 10 familias, pero de unos 10 miembros cada una, lo que ha hecho crecer una comunidad que de por sí necesita servicios básicos como apartamentos y empleo.
Otros africanos se han reimplantado con éxito aquí en cantidades importantes. Sus relatos asombran por la brutalidad que describen.
Una mujer de Eritrea llegó después de sufrir horribles actos de violencia. Fue castigada con violación por profesar la religión pentecostés. Luego buscó y obtuvo asilo en Estados Unidos. Ahora trabaja como mesera en un restaurante vegetariano.
Lo más importante es que con asesoría contínua, ahora vive menos episodios de autolesión y sufre menos lagunas mentales.
Algunos refugiados de Sierra Leona aún tiemblan al recordar la frase "manga corta o manga larga", que los soldados usaban para amenzarlos con cercenar sus brazos, dice Samantha McGrath, directora clínica.
"Los clientes por lo general mejoran", dice McGrath. "La tortura se vuelve cosa del pasado, y se convierten en personas más plenas".
Un cliente inspiró al personal con su relato de cómo los abusos habían cambiado a las víctimas en un campo militar de tortura en Eritrea.
Cincuenta personas fueron confinadas en un cuarto sin sanitarios ni agua. Eran golpeadas, obligadas a hacer trabajo pesado y se les negaban los servicios básicos. Empezaron a reñir unos con otros.
Entonces un hombre dijo: "Déjame cargar tu carga".
La siguiente persona siguió su ejemplo, recontó McGrath.
Actividades básicas diarias como compartir el agua se convirtieron en la norma del lugar.
Por eso, dice McGrath, "se puede decir que así es como damos terapia aquí.... si funciona en un campo militar, puede funcionar aquí".
En la sede del centro los clientes reciben orientación, terapia familiar, servicios jurídicos o alimentos y ropa.
En un mapa que hay sobre la chimenea, unos alfileres marcan los países de donde provienen los clientes del centro: México, Guatemala, Iraq, Bhután, Liberia, Libia y Congo. También hay unas banderitas.
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